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En la antigüedad, los observadores de la Luna
creían que las regiones oscuras de su superficie eran océanos, dándole el
nombre latino de mare ("mar"), que se sigue utilizando todavía; las
regiones más brillantes se consideraron continentes. Nuevas observaciones y
exploraciones de la Luna han aportado un conocimiento mucho más amplio y
específico. Desde el renacimiento, los telescopios han revelado numerosos
detalles lunares, y las naves espaciales han contribuido en enorme medida a
este conocimiento. Entre las características discernibles en la superficie de
la Luna están los cráteres, cadenas de montañas, llanuras o mares, fracturas,
cimas, fisuras lunares y radios o "rayos". El mayor cráter es el
llamado Bailly, de 295 km de ancho y 3.960 m de profundidad. El mar más grande
es el Mare Imbrium (mar de las Lluvias), de 1.200 km de ancho. Las montañas más
altas, en las cordilleras Leibniz y Doerfel, cerca del polo sur de la Luna,
tienen cimas de hasta 6.100 m de altura, comparables a la cordillera del
Himalaya. En observaciones con telescopio se han determinado cráteres de tamaño
tan pequeño como de 1,6 km. El origen de los cráteres lunares se ha debatido
durante mucho tiempo; las últimas evidencias muestran que la mayor parte de
ellos se formaron por impactos explosivos de meteoritos de gran velocidad o pequeños asteroides, sobre todo durante la era primaria de la historia
lunar, cuando el sistema solar contenía todavía muchos de estos
fragmentos. Sin embargo, algunos cráteres, fisuras lunares y cimas presentan
características de indiscutible origen volcánico.
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